Diario de campo
Santiago Carrasco
Era difícil teníamos que buscar
lo antes posible un lugar para visitar para el trabajo de Investigación Social,
este lugar tenía que ser nuevo para nosotros, la triste realidad era que no quería
visitar este lugar solo, me aburriría demasiado en este lugar solo, por suerte
la actividad se podía realizar en grupos, lo cual me daba una gran ventaja. Ya
sabiendo eso acordamos con mi amigo Juan Esteban realizar este viaje juntos, queríamos
salir de Bogotá, pero para ello necesitaríamos un automóvil para poder realizar
con facilidad el traslado.
Acordamos rogar a nuestros
respectivos padres que nos prestaran por un día el carro, yo tenía una gran
desventaja que era que no tengo licencia de conducción y si me prestaban el
carro era para que lo manejara mi amigo. Por suerte a Juan Esteban le
facilitaron el carro y podríamos viajar en este el domingo.
Ya teníamos carro pero no había ningún
tipo de plan para realizar juntos, a falta de tres días para el famoso viaje no
había nada planeado, se me ocurrió investigar un plan divertido e innovador
para realizar y tenía que tomar una decisión rápida el tiempo no apremiaba. Después
de una larga búsqueda por internet logre encontrar el plan perfecto, pero tenía
unas desventajas que podían dar por terminadas mis esperanzas de desarrollarlo,
el plan consistía en viajar hasta el municipio de Tobia en Cundinamarca y realizar
deportes extremos, pero el costo de esta actividad era demasiado alto y esto sería
un problema a futuro.
Para economizar gastos decidimos
invitar más personas que nos ayudaran a cubrir los gastos de gasolina, peajes y
parqueadero, si no lográbamos convencer a nadie más, lamentablemente tocaría
cambiar de plan y de destino ya que el coste sería mucho mayor.
Tras mucho rogar y utilizar nuestro
poder de convencimiento logramos conseguir 4 compañeros más de viaje y así
cumplir el sueño de realizar un viaje para poder hacer deportes extremos.
El domingo 25 de septiembre
salimos cinco de los seis viajeros con rumbo a Tobia, uno de ellos se quedó
dormido y por obvias razones lo dejamos botado y nos fuimos sin él, la
madrugada fue a eso de las 6:00 am por ende las ojeras en cada uno de los
viajeros eran inevitables, parecían unas sombras eternas que rodeaban los ojos.
Todos listos con maletas llenas de ilusiones y ropa que se pudiera mojar, cámaras
fotográficas, vestidos de baño y gorras permitían que las maletas fueran hasta
su límite.
El transcurso de viaje fue
tranquilo con un tráfico típico de la capital de Colombia, carros por lado y
lado bloqueaban la salida de la ciudad de las rutinas y el estrés, en cada uno
de mis compañeros se notaba la expectativa de ver que era lo que nos esperaba a
98 kilómetros en la desconocida ciudad de
Tobia. Los estómagos de varios se retorcían
sin césar, todo producto del hambre que invadía la tranquilidad que se debe tener
en un paseo. Los problemas no se hicieron esperar y por culpa de un
malentendido en cuanto si el plan con la empresa de deportes extremos incluía
desayuno o no, se llegó a la primera discusión.
En la Vega a una hora y media
aproximadamente de Bogotá y 30 minutos de Tobia, se realizaría la primer parada
para comer e ir al baño, La Vega si era conocida para mí, aunque no a profundidad
solamente la vía principal se conoce, los establecimientos comerciales de
flotadores de piscina, restaurantes y una bomba de gasolina son los lugares que resaltan en tan pequeña población.
Cuando creímos que nada nos sorprendería
y que todo estaba planeado nos llega una llamada que nos cambiaria los planes
que se tenían en la previa, la llamada era del sexto viajero el cual por
efectos del sueño quedaría privado en su cama y a la hora de salida no estaba
listo, nos comentó que por nada del mundo se perdería este viaje y que lo esperábamos
que así fuera en un viejo burro el llegaría.
Huevos amarillos, jugosos y de
gran sabor fueron comidos por varios viajeros incluyéndome antes de tomar rumbo
hacia el objetivo final. Se tuvo que pasar por carretera destapada, esquivar
vacas y hasta soportar la inexperiencia del conductor a la hora de manejar
antes de llegar a Tobia.
Tan esperada llegada se terminó
dando, el calor era muy fácil de percibir, pero más allá del calor normal, lo
que se notaba era la dependencia económica que tiene este pueblo con los
deportes extremos, en cada esquina una
empresa de estas ofrecía sus servicios, pareciera que esto fuese lo único que
motiva a los pobladores en no desistir en la lucha contra el mundo indolente
que no te deja respirar.
Alrededor de 15 empresas todas
con algo en común, el servicio de
Torrentismo, Rafting, caminata ecológica y seguro contra accidentes se ofrecían
al mejor postor. Nosotros llenos de dudas averiguamos en la mayoría cual cubría
mejor nuestras necesidades, nos terminamos decantando por uno que nos ofrecía
los anteriores servicios y adicional nos daban acceso a un hotel con piscina y almuerzo en uno de los
restaurantes más conocidos del pueblo.
Nos quedamos alrededor de una
hora en la piscina del hotel esperando al último integrante del paseo, una
piscina muy higiénica y que a esa hora estaba vacía y a nuestra disposición,
agua cristalina y a una temperatura optima fueron las motivaciones para dejarse
tentar por aquella piscina, música a la moda sonaba de fondo y acompañaba el
ambiente de relajación de este trabajo disfrazado de paseo.
Se guardó el carro en un parqueadero
algo improvisado el cual no era revisado por ningún tipo de seguridad, lo único
que separaba al posible ladrón del carro era un gran portón rojo de algo más de
2 metros de altura, dentro del parqueadero se podía percibir una gran sombra
que protegía a los carros del intenso sol era un viejo árbol de mandarinas, las
mandarinas caían al piso y se podían ver alrededor de los carros, aunque para
uno de los viajeros aquellas mandarinas tan fáciles de percibir eran grandes
lulos.
A eso de las 10:30 am cuando el
sol da de frente en la cara, era la hora de realizar la primera actividad del
itinerario, el sexto viajero no había llegado así que una vez más lo dejamos atrás,
a su suerte. Con cámara en mano y ropa deportiva los cinco viajeros nos
dispusimos a realizar el famoso torrentismo. Descenso de cascada, esas son las tres
palabras que explican la esencia de este deporte extremo.
El primer reto era coger el tranvía
hacia el sendero ecológico, juntos fuimos bajando hacia las famosas vías del tranvía,
pasamos por un puente que permite pasar por encima el Rio Negro que es el
verdadero sustento de las familias del pueblo, es el que permite que estos
deportes que dan el sustento se puedan realizar a la perfección. Caballos nos
esperaban en las cercanías de las vías, lo cual nos llevó a pensar que el
equino era el que nos arrastraría hasta el segundo tramo de la aventura. Bajo el
intenso sol, el trencito llego tras 15 minutos y para sorpresa de muchos el
caballo no cumplía ninguna función ya que el tren era a vapor.
El tren nos deja en medio de la vegetación
y por ende para llegar a la preciada cascada tenemos que emprender una caminata
extensa. Árboles, pasto alto, vacas y
alambre de púas se pueden ver por toda la caminata, subidas rocosas y empinadas
dificultaban la llegada, se tenían que cruzar riachuelos con piedras resbalosas
y por querer tomarse selfies y por eso evitar tropezarse con lo inestable del terreno convertían
esto en algo extremo.
En medio de la caminata llegamos
a una productora artesanal de endulzante a base de caña de azúcar, se puede ver
una gran cantidad de la caña en el piso y en los alrededores esperando para ser
procesada. Lo que vuelve inusual esta parada es el ofrecimiento del guía de un
Guarapo de cortesía, bebida alcohólica tradicional de los indígenas. Para vivir
la experiencia completa cada uno de los viajeros tomo un sorbo significativo de
la bebida.
A lo lejos se puede observar la
cascada, por obvias razones a todos nos entra la emoción y se nos puede notar
en los ojos, para efectos de seguridad nos colocan los elementos de seguridad, los
cuales consistían en un arnés y casco, este duro como el caparazón de una
tortuga. Ya con los elementos de seguridad escalamos la cascada por afuera
subiendo un par de rocas pequeñas y llegamos a la cima de la cascada, ahí nos
esperaba una piscina natural, preciosa, esa es la única expresión para describir aquel lugar, tanta naturaleza es inspiradora y
hace olvidar tantos problemas que se pueden tener.
Pero llegaba la hora de la verdad,
bajar la cascada, para eso el instructor da un par de instrucciones en un par
de minutos y el resto lo deja al instinto de la persona. Baje de terceras al
principio el nerviosismo no deja que bajes rápidamente pero una vez uno toma
confianza se deja soltar y baja con naturalidad, debo confesar que por
desconcentrado resbale y me golpee fuertemente contra una roca, las risas de
los demás visitantes no se hicieron esperar pero eso hace parte de la
experiencia. El torrentismo finaliza con una caida de dos metros
aproximadamente donde uno deja caer la cuerda del arnés y baja en caida libre un pozo.
Tras una sesión de fotos típica de
paseo de amigos, recogimos nuestras gorras y pertenencias de valor y bajamos de
vuelta a las vías del tren, queríamos comprar guarapo de nuevo, pero temíamos
tener problemas estomacales para el resto del paseo, el descenso se facilitó
mucho más que la subida hacia la cascada, pero los zapatos mojados seguían causando
pequeños resbalones que pudieron haber causado caídas muy riesgosas.
Regresamos exhaustos al hotel,
todos con mucha hambre y esperando con ansias un suculento almuerzo, pero
primero tendríamos que recibir al sexto viajero que apenas se unía a la acción,
mientras íbamos al restaurante, lo mejor era quedarse en la zona de agua a presión
de la piscina que relajo los músculos que tanto esfuerzo habían sufrido en el
torrentismo.
A una cuadra y media del hotel se
encontraba el restaurante, con ocho mesas ubicadas estratégicamente para que
den al televisor de 45 pulgadas y una pared para escalar, se podía comprobar la
necesidad y la relación que tiene el pueblo con los deportes extremos. El almuerzo
como se esperaba era muy completo con su ensalada, pollo, arroz y plátano, pero
lo sumamente extraño es el aprecio que le tienen a la caña de azúcar, cada mesa
tenía dos frascos de melado hecho con caña de azúcar y la mesera recomienda
siempre a sus clientes que la prueben con su pechuga a la plancha.
La experiencia había que
cumplirla completa así que probamos la combinación tradicional de tobia y para
sorpresa mía, el melado de caña de azúcar sabía muy bien con el pollo, de hecho
le daba un sabor original que permitía que el paladar experimentara un nuevo
sabor, lo mejor es que no tuvo repercusiones estomacales a futuro.
Tras el banquete de reyes que nos
merecíamos, nos esperaba en el hotel un Jeep 4x4 con una balsa de plástico de 2
metros de ancho por 4 de largo aproximadamente, a su lado seis remos, con casco
y salvavidas cada uno. La actividad con la que se finalizaba el viaje seria el
Rafting, bajaríamos el rio en la balsa remando todos juntos en un trayecto de
35 minutos.
Al llegar al rio lo primero que
se dijo y que posteriormente nos recalcó el guía fue la palabra “trabajo en
equipo”, en este deporte era fundamental la coordinación y la cooperación,
tocaba remar todos y al mismo tiempo para desempeñar un trabajo perfecto, nos caímos
varias veces del bote, pero juntos logramos subir los seis juntos otra vez, la
verdad es increíble como involuntariamente este viaje nos terminó uniendo más.
En un punto el guía nos mostró
una roca de 3 metros y nos preguntó si queríamos saltarla, que era muy seguro y
divertido, los seis saltamos la roca, pero no nos percatamos que el bote se
alejaba con la corriente que ya para la hora era muy fuerte, nadamos todos tras
el bote que se alejaba al fondo, el agua cristalina pero al ser las 4:30 pm la
corriente era fuerte y la temperatura del agua era cada vez más baja.
El recorrido y el paseo había terminado
para nosotros, pero de repente el sexto viajero aquel que se había quedado
dormido, aquel que llegaba tarde y que se había perdido el torrentismo tuvo una
brillante idea. Al no haber ido a la primera parte del paseo tuvo tiempo para
explorar el lugar y descubrió un puente de 10 metros del cual los habitantes
del lugar usaban como atracción, la actividad no tenía regulación ni seguridad,
pero era gratis por eso era del pueblo para el pueblo.
Al principio daba miedo, lanzarse
desde tan alto y sin ninguna seguridad pero la confianza con la que los niños
residentes del lugar se lanzaban generaba algún tipo de confianza, una vez más
los seis viajeros nos lanzamos, sin pensarlo tanto. La estrategia ideal para el
caso era un conteo regresivo el cual psicológicamente funcionaba como
disparador hacia el agua. El uno era la señal inequívoca para lanzarse al
precipicio.
Volvimos al hotel y con nostalgia
pagamos y nos retiramos, obviamente disfrutamos de los últimos 5 minutos de
agua en la piscina. Exhaustos regresamos en horas de la noche a Bogotá, felices
por haber disfrutado un viaje lleno de experiencias que cambiaron mi
perspectiva en muchas cosas
El viaje y el pueblo serán inolvidables
y dejan varias lecciones para aprender:
Explora tu entorno no sabes que
te puedes encontrar, tal vez sea lo mejor que te puede pasar. Trabaja en equipo,
juntos seremos más fuertes, trabajar solo no es una opción pierdes tiempo y
fuerza. Vive el momento al máximo, no es una opción dejar pasar momentos
inmejorables. Enfrenta tus miedos, vivir con miedo puede resultar algo que te cohíbe
y no te deja conocer el mundo de manera completa. Y la última pero más
importante llevar bloqueador solar para viajes a tierra caliente, lo que más sufre es tu piel.